Es difícil darse cuenta de cómo poco a poco el teléfono móvil se fue colando en todas las esferas de la vida diaria. Y es fácil sobresaltarse al entrar por primera vez que en el panel Tiempo de uso en iOS, o Bienestar digital en Android, y comprobar el tiempo diario que dedicamos a la pequeña pantalla: de media, son más de tres horas de; y hasta seis, entre los más jóvenes. Si bien existe bastante controversia sobre la relación entre el uso del smartphone y los problemas de salud mental, hay un enfoque innegable: muy poca gente se levanta y piensa “hoy voy a pasar cuatro horas mirando el teléfono”; y, sin embargo, el dispositivo acaba absorbiendo nuestra atención durante ese tiempo sin que lo hayamos decidido.
Además del diseño adictivo de las aplicaciones, varios estudios aclaran los mecanismos que hacen que sea fácil perder la noción del tiempo una vez que se entra en un bucle de actividad digital
Es difícil darse cuenta de cómo poco a poco el teléfono móvil se fue colando en todas las esferas de la vida diaria. Y es fácil sobresaltarse al entrar por primera vez que en el panel Tiempo de uso en iOS, o Bienestar digital en Android, y comprobar el tiempo diario que dedicamos a la pequeña pantalla: de media, son más de tres horas de; y hasta seis, entre los más jóvenes. Si bien existe bastante controversia sobre la relación entre el uso del smartphone y los problemas de salud mental, hay un enfoque innegable: muy poca gente se levanta y piensa “hoy voy a pasar cuatro horas mirando el teléfono”; y, sin embargo, el dispositivo acaba absorbiendo nuestra atención durante ese tiempo sin que lo hayamos decidido.
Todos los días, en varias ocasiones, acudimos al dispositivo con quizá algún objetivo concreto (ver la hora, consultar una notificación) y, cuando nos damos cuenta, han pasado 30 minutos. Los académicos llaman “ciclos de revisión” a ese coger el móvil para algo concreto —o para nada—; algo que la mitad de los usuarios hacen más de 80 veces al día, según una encuesta de Pantallas Amigas. A través de entrevistas a 50 personas, concluían que lo habitual es pretender que la consulta sea breve, pero que con mucha frecuencia esta se expande e invade o sustituye otras actividades del día a día. “Lo fascinante es que puedes desaparecer por completo, mentalmente, en el dispositivo”, decía uno de los entrevistados.
“Usamos el móvil como una manera fácil de escapar del aburrimiento o el estrés. Muchas veces lo abrimos sin un propósito específico, solo para llenar un momento de espera o para evadirnos de la realidad. Esto termina convirtiéndose en un hábito que, sin darnos cuenta, consume gran cantidad de nuestro tiempo”, confirma Adoración Díaz López, doctora en Educación e investigadora del Instituto de Transferencia e Investigación (ITEI) de la Universidad Internacional de La Rioja.
Uno de los principales culpables de que el smartphone nos absorba sin que nos demos cuenta es el diseño de las aplicaciones, pensado precisamente para atrapar y hacernos querer volver. “El ser humano se mueve, a grandes rasgos, entre dos grandes objetivos: evitar el dolor y buscar el placer. Estos dispositivos están diseñados para eso, para recibir a través de estas recompensas (los likes, las notificaciones), un chute de dopamina. Nos sentimos alegres, entretenidos”, señala Gabriela Paoli, psicóloga experta en adicciones tecnológicas. La experta apunta también al muy estudiado efecto del scroll infinito, que hace que siempre haya contenido nuevo disponible. “Nos hace mantenernos atrapadas en una especie de bucles y querer estar siempre al tanto de todo”, asegura.
Algunos estudios han investigado ya partes más específicas sobre por qué cuesta tan poco entrar y tanto salir. Un ejemplo: pese a que la lógica nos dice que, si ya hemos visto varios contenidos similares, seguramente querremos cambiar de actividad, se ha probado que lo que pasa es lo contrario: según un estudio publicado en 2021, los usuarios que habían visto cinco vídeos musicales seguidos tenían un 10% más de probabilidades de elegir ver otro más que quienes habían visto tan solo uno. Si, además, percibimos que esos vídeos pertenecen a la misma categoría, es un 21% más probable que veamos uno más, algo muy relevante para todas las secciones de vídeos o contenidos relacionados que nos aparecen al terminar algo.
La misma investigación fue más allá: ¿importa si intercalamos tareas con vídeos o si hacemos primero una cosa y luego la otra? Sí: las personas que hicieron primero las cuatro tareas asignadas y después vieron dos vídeos tenían un 22% más de posibilidades de querer ver otro más que las que hicieron tarea-vídeo-tarea-vídeo. Es decir, lo importante es intentar parar después de un solo contenido o, si vamos a seguir, cambiar de categoría.
Disociados del mundo
Después está el tema de lo que le pasa a nuestra percepción del tiempo mientras estamos en ese bucle. ¿De verdad no somos conscientes de que están pasando muchos más minutos de los que queríamos al pensar “venga, solo uno más”? Díaz López explica que se suman dos factores: el estado de flujo al que nos lleva ese diseño y, efectivamente, la disminución de la conciencia temporal. “Durante estos bucles, nuestra capacidad para percibir el tiempo se ve afectada porque estamos ‘disociados’ de señales externas. Sin un final claro, como podría ser el caso de un programa de televisión o de una actividad con límite de tiempo, no existen puntos de referencia que nos indiquen que deberíamos detenernos. Además, los estímulos constantes evitan las pausas naturales que nos harían mirar el reloj o notar el paso del tiempo. Sus mecanismos, sin apenas interrupciones mínimas y la posibilidad de seguir y seguir, promueven la falta de conciencia de cuánto tiempo ha pasado”, asegura.
Paoli coincide, haciendo referencia a cómo en ese bucle disminuyen nuestros niveles de autoconsciencia con la desaparición de esas señales del exterior. “En la vida cotidiana solemos tener señales, como la luz, los ruidos de fuera. Escuchas a la vecina llegar de trabajar o sacar el perro y sabes, por ejemplo, que ya es de noche. Pero esas señales disminuyen significativamente al estar en el teléfono; o viendo una película o con un videojuego, porque estamos con el ruido, con las luces, con los brillos. Nos sumergimos en esa situación y los marcadores temporales desaparecen. El cerebro tiene dificultades para registrar cuánto tiempo ha transcurrido”, explica.
Si bien es cierto que en ese estado de absorción se entra también dedicándonos a muchas otras actividades, como ver una película, el hecho de que las redes no tengan final es lo que lo convierte en más peligroso. Paoli añade otro factor fundamental: el autoengaño. “Lo de decirse ‘me paso un ratito en el móvil y luego ya trabajo’ es posponer conscientemente y procrastinar todo lo demás para poder estar conectados”, señala.
Una consecuencia de todo esto es que no solo cambia nuestra percepción del tiempo mientras estamos en el móvil, sino también, si el uso es muy intensivo, la de cualquier otra situación en la que nos encontremos: sentimos que el tiempo pasa más rápido, algo muy relacionado con esa sensación tan contemporánea de sentir que no nos llega el tiempo para nada. Ya en 2015, en una investigación se comparó a personas que estaban siempre conectadas con otras que apenas usaban la tecnología para ver cómo percibían el paso del tiempo: tras pasar 50 minutos en una habitación, las personas más desconectadas calculaban bastante bien cuánto había transcurrido, mientras que las que vivían más online creían que había pasado una hora.
TikTok y la distorsión del tiempo
Estudios más recientes siguen mostrando un patrón similar. En una investigación publicada a principios de este año, en este caso sobre el efecto de los vídeos cortos de TikTok en la percepción del tiempo, las personas que más horas dedicaban a TikTok sobreestimaban tanto el tiempo real que pasaban en la app como el tiempo que les había llevado rellenar la encuesta. Esta sensación general de creer que el tiempo pasa más rápido de lo que pasa en realidad, concluían los investigadores, contribuye al estrés general de creer que no se llega a nada.
Por esta razón, es cada vez más normal rellenar cada “tiempo muerto” con tareas digitales —que a veces consisten simplemente en entrar en redes sociales—, señalan en su web las responsables del proyecto de investigación TIMED. En una encuesta que hicieron a 300 personas en toda Europa, detectaron un patrón cíclico: la gente quiere hacer su tiempo más productivo, por lo que esos momentos muertos —una espera, un trayecto en autobús— se llenan con tecnologías digitales para “hacer algo”. Acaban pasando más tiempo ahí del que habían planeado y sienten que esas horas online son tiempo perdido. Esa sensación de pérdida de tiempo lleva a querer ser productivos todo el rato y vuelta a empezar.
¿Cómo salir del bucle? La psicóloga Gabriela Paoli recuerda las recomendaciones principales: en primer lugar, tomar conciencia del tiempo que se le dedica al móvil cada día y, después, desplegar una serie de estrategias, “empezando con pequeños pasos”: limitar el tiempo de uso de las aplicaciones, desactivar notificaciones, establecer tiempos y espacios de desconexión —por ejemplo, el dormitorio— que “no sean no negociables” o activar el modo de concentración. “No se trata de demonizar las redes, ni el móvil ni nada, sino de hacer un uso responsable, consciente y sano. Hay que buscar ese equilibrio entre estar conectados y disfrutar el tiempo offline”, concluye.
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